El deseo, para el psicoanálisis, constituye una preocupación central, en todos los autores, si bien se destacan Freud y Lacan.

En su trabajo ”El proyecto de una psicología para neurólogos”, anterior a La Interpretación de los sueños (que inaugura el psicoanálisis), Freud explica que el deseo siempre busca un objeto perdido, pero perdido porque ese “paraíso” perdido nunca existió. De este modo, para Freud, el deseo tiende a la regresión, a regresar hacia atrás buscando, en su nostalgia, ese objeto. Y, para él, éste es el peligro del aparato psíquico: volver hacia atrás. El deseo , en el humano, es por definición insatisfecho, nunca puede colmarlo ningún objeto, siempre queda un resto de insatisfacción. Lo que no quiere decir que no haya momentos de plenitud. Pero también puede haber alucinaciones, que son cumplimientos de deseo.

Para Freud la realidad se construye por “el rodeo que tiene que dar el deseo para alcanzar su satisfacción”. Pero el llamado cumplimiento de deseo, es la alucinación, el camino hacia atrás.

Para Lacan el deseo es deseo del deseo del otro, no solo deseo de un objeto, sino desear el deseo del otro, y también, como en Hegel, deseo de reconocimiento: esto en dos sentidos, deseo de que el otro reconozca el propio deseo y deseo de hacerse reconocer. Otra definición que da Lacan es que el deseo humano “es el deseo del Otro”, en particular, de ese primer Otro que es la madre.

Lacan diferencia el deseo de la necesidad y de la demanda: la necesidad es de una satisfacción biológica, y la demanda es siempre demanda incondicional de amor. También diferencia el deseo de las pulsiones: las pulsiones son muchas, el deseo es uno, fundamentalmente inconsciente, aunque los deseos conscientes también son valorados por él.

El objetivo de la cura analítica es llevar al paciente a que reconozca su deseo inconsciente, pueda nombrarlo y articularlo en palabras, aunque siempre hay un resto que no puede ser dicho, que no puede ser del todo articulado en palabras.

Es esencial , en el concepto lacaniano, el deseo como fuerza contínua y fundamentalmente inconsciente.

Para Freud los primeros deseos, los infantiles son indestructibles, los seguimos teniendo toda la vida y pujan por hacerse reconocer y por realizarse. Pero, como vimos, ésta realización es imposible, el deseo va a ser siempre “deseo de otra cosa” porque lo que se tiene, ya no se desea.

Para Lacan, el deseo es también un producto social, que se constituye no como un asunto privado sino en la dialéctica con los demás, con los otros. Esta es una de las novedades que aporta Lacan siguiendo a Hegel.

El deseo está, por definición: reprimido, y el levantamiento de esa represión ( fruto de la movilización que produce el análisis) lleva a su reconocimiento así como al reconocimiento de la imposibilidad de realización: el deseo es metonímico, es decir, se desplaza siempre.

A modo de conclusión, esto significa que en el reino de este mundo, el paraíso esta perdido para siempre y queda su nostalgia, engañosa, porque es la nostalgia de algo que nunca existió: nunca hubo un goce perfecto.

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