Recordemos que a Freud, no le atraía la música; esta es una particularidad de él que lo singulariza, ya que la música suele ser de las artes, la que más llega a todo el mundo; no ocurre lo mismo con los analistas que llegaron después. Pero tal vez, seguramente, por el motivo antes señalado, Freud nunca escribió sobre música y psicoanálisis.

La música contemporánea comienza con la bellìsima ópera melódica ( pero ya muy original ) de Richard Strauss “Salomé”, que fue muy bien recibida por el pùblico y anticipó lo que vendría despùes. Es un trabajo que no se puede dejar de escuchar.

En Viena, en 1874 nace el gran compositor (muerto en Los Angeles en 1951) Arnold Schomberg, que nunca se considero un revolucionario, pero cambió profundamente la manera de escuchar música con su invención del dodecafonismo; se propuso buscar un sistema musical en el que la disonancia quedara emancipada, para que todas las notas tuvieran el mismo valor, sin estar sometidas a un centro tonal.

Sin duda alguna es un invento revolucionario que rompió con la armonía y melodía clásica y que se hace notar en su composición  «Pierrot Lunaire “, que no fue en absoluto aceptada por el público y produjo un escàndalo. Esta composición, más allá de que nos guste o no, siempre nos mueve algo, por ejemplo el delgado hilo que puede separar un grito o un ruido de la música. Y por tanto, desde el psiconálisis lo califico como un avance ètico en la Historia del Arte, me refiero a la Etica del seminario nº 7 de Jacques Lacan ( llevar el deseo hasta sus últimas consecuencias) como otras veces lo he hecho con los avances en pintura. Se trata de una subversión del deseo que desemboca en singularidad, y sin duda Schomberg, poseía ese talento.

Para los descreídos, vean lo maravillosa que es “ Noche Transfigurada”, pieza melódica anterior de Schomberg.

La música atonal o dodecafónica nos mueve fibras ocultas, nos recuerda el ruido cotidiano y el gritoy descubre una nueva forma de hacerse oir, promueve el pensamiento más que el sentimiento, ya que por ejemplo un Janacek, un Poulenc, un Stockhausen, un Ligeti, un Charles Ives con su famosa “Sonata Concord “, y sobre todo John Cage, buscan tanto la reflexión como la “provocación “ y la singularidad más radical.

Otros, como Kurt Weill o Bartok, Stravinsky (la famosa “La Consagración de la primavera”), Arvo Part, Steve Reich, Philip Glass , Alban Berg ( en la ópera Lulú), Messiaen, Penderecki (con su hermosa «Las puertas de Jerusalem») acuden más a los sentimientos profundos y a la innovación.

Hacia los años 60 aparece en música el Pop, tuvo un éxito arrasador, con infinidad de grupos y solistas, llegando a las masas con su incorporación del primitivismo (que ya venía del jazz) y el ritmo ante todo en la música. Esta gran revolución del Pop se la debemos sobre todo a un poeta norteamericano Allan Ginsbeg, que escribió poemas bellísimos acerca de cómo su generación se autodestruía, y se anticipó a la música Pop, que es otra innovación ética desde el punto de vista psicoanalítico ya que rompe y supera lo anterior, pero no es música clásica como la que describimos anteriormente. ( No quisiéramos dejar de lado el jazz, el blues, etc.).

El Pop más que provocar (como la música clásica contemporánea) busca al oyente, quiere llegar a sus sentimientos, en este sentido, hereda una parte del movimiento romántico en arte. Rara vez el Pop en música acude a la reflexión, cosa que no es así en pintura.

En música, como en cualquier otra arte, el psicoanálisis señala que lo principal es el salto ético, el superar lo pasado, lo perimido o lo que no es perimido pero ya ha sido creado. Por ejemplo: la 9º sinfonía de Beethoven, el Requiem de Mozart y El Mesías de Handel, son extraordinarios e inolvidables y no están perimidos, pero no sería ètico “copiarlos” como si el tiempo no hubiera pasado. Lo que esta en juego es la singularidad más radical.