Psicoanalistas lacanianas como p.ej. Francoise Dolto o Maud Manoni, destacan el papel crucial que juega la comunicación entre padres e hijos y entre semejantes en general, haciendo notar que es un proceso tanto consciente como inconciente y que si se interrumpe en la pubertad entre familiares, luego es muy difícil de retomar.

Así, los padres que no dan lugar ni provocan la comunicación con sus hijos hacia los 11 años de edad, quedan expuestos a que ellos luego no los tomen como referentes para el diálogo.

A diferencia de los linguistas, como p.ej. Jakobson, para quien la comunicación consiste en que un Emisor, envía un Mensaje a través de un Canal a un Receptor que lo recibe; para Lacan la comunicación no solo comprende el mensaje que el emisor envía al receptor, sino que el emisor, al mismo tiempo se envía en el proceso comunicacional, un mensaje así mismo, inconsciente, que en el tratamiento psicoanalítico el analista tiene que tratar de que se haga conciente.

Es decir: envío un mensaje conciente a un otro, pero también me autoenvío un mensaje inconsciente y esto ocurre porque la palabra va más allá de la conciencia.

Se puede decir que el proceso analítico es un diálogo, un intercambio de sujeto a sujeto (del inconsciente) y no solo de Ego a Ego.

La palabra puede ser vacía (una cháchara) o plena, es decir, una palabra comprometida. Esto vale tanto para el diálogo entre semejantes como para el diálogo con el analista.

El diálogo entre seres humanos, tiene la cualidad de ser “humanizante”, la palabra “mata” la violencia , atempera la agresividad y acerca a los interlocutores.

Humanizante porque el ser humano, a diferencia del animal, es un ser sujeto a la palabra, al lenguaje, al Orden Simbólico que con Lacan llamamos del Padre y con la filósofa italiana Luisa Muraro , llamamos el Orden Simbólico de la Madre.

Pensemos en lo que en los comienzos descubrió Freud sobre lo que llamó “catarsis”, una descarga verbal, muy importante sobre todo si ha habido trauma: el paciente necesita imperiosamente hablar y ser escuchado, luego, cuando se calme, vendrá el período de análisis. Pero sin esta abreacción o catarsis, el paciente penaría de angustia, también si no llora, o incluso podría llegar al “acting out”, es decir a actuar impulsiva y destructiva o autodestructivamente sin reflexión. El diálogo invita a la reflexión.

El diálogo pone un freno a los impulsos destructivos y autodestructivos y también a los eróticos, en el caso de que éstos pudieran volvérsele en contra al sujeto.

Por último vamos a decir que el diálogo, al enviar a sí mismo un mensaje inconsciente, como dijimos antes, remueve los afectos, muchas veces permite hacerlos conscientes, cuando éstos estaban reprimidos, tanto los de amor como los de odio, y es una vía regia para hacer consciente lo que estaba profundamente olvidado.

Ya desde Platón y Sócrates, los antiguos dieron enorme importancia al diálogo y sus efectos terapéuticos y enriquecedores del intelecto y las emociones, de la espiritualidad, del psiquismo.