Rainer Maria Rilke nació en Praga en 1875 (antiguo Imperio Austro- Húngaro)y murió en Suiza en 1926,considerado uno de los mayores poetas en lengua alemana y en la literatura universal.

Sus obras fundamentales son las Elegías a Duino y los Sonetos a Orfeo;
hay obra en prosa y también en francés.

Los Sonetos a Orfeo fueron escritos en el Castillo de Muzot en 1922, nacidos bajo la excusa de epitafio a la bailarina Wera Oukama, cuya enfermedad y muerte tanto impresionaron al poeta.

Años antes, en 1897, Rilke conoció a Lou Andreas-Salomé (1861-1937) antigua conocida de Friedrich Nietzche, casada, 14 años mayor que él, con la que tuvo un apasionado romance que continuó en amistad.

Lou era alumna de Sigmund Freud y, a través de ella, Rilke conoció el psicoanálisis.

En 1900 se casó con la pintora Paula Modersohn-Becker, autora de un conocido retrato del poeta y tuvieron una hija, Ruth en 1901.

Sin embargo, pocos meses después, Rilke se trasladó a Paris donde conoció importantes y muchos artistas y le maravilló la escultura de Rodin.

El poema que vamos a comentar, es uno de los sonetos de Sonetos Orfeo ( con alusión al Mito griego de Orfeo) y se lo puede encontrar en la edición bilingue de Carlos Barral «Sonetos a Orfeo» de editorial Lumen.

Transcribimos el poema:

VII

Cantar, sí. Con la misión de cantar
surge, como el mineral, del silencio de la piedra.
Su corazón, oh transitorio lagar,
destila un vino que los hombres no podrán agotar nunca.

Jamás, entre el polvo, la voz flaquea
cuando es tocado del divino ejemplo.
Todo se hace viña, racimo todo,
maduro en su Austro sensible.

Ni la podre de los reyes en las sepulturas
desmentirá su canto,
ni la sombra que los dioses ciernen.

El es uno de los eternos mensajeros
que más allá del umbral de los muertos
levantan la copa de gloriosos frutos.

Este bellísimo soneto es un canto a lo que Freud llamó la inmortalidad del deseo, particularmente la inmortalidad del deseo inconsciente infantil, no nos referimos al deseo consciente.

El deseo insiste e insiste y nunca deja de bullir en el inconsciente dándonos una fuerza particularmente intensa, como ese canto al que Rilke se refiere.

A diferencia de Freud, para Rilke ese canto no cesa ni con la muerte, para Freud, en cambio ,la muerte le pone un límite.

Pero para Lacan ese deseo se trasmitirá de una generación a otra haciéndose de ese modo inmortal.

«destila un vino que los hombres no podrán agotar nunca», dice uno de los primeros versos, y he aquí que ese «vino» es el del deseo inconsciente, que eternamente se desplaza de un objeto a otro , no agotándose nunca ni saciándose nunca con ningún objeto.

«el es uno de los eternos mensajeros», es otro verso que define muy bien al deseo en Freud y en Lacan, indestructible y en contínuo desplazamiento de su mensaje.

Diremos ,por último que en el análisis de los pacientes, Freud supo ver como el deseo inconsciente infantil no cesa nunca de insistir y querer cumplirse, esto, lo seguimos apreciando en la clínica en la actualidad.

Por otro lado, Rilke se refiere, evidentemente, que el canto y la poesía, en el hombre, no cesará nunca.